Un manual para justificar lo injustificable

Por Virginia Mayer
Fuente ilustración: @Vic_pech

Desde el brutal ataque terrorista contra la población civil de Israel en manos de Hamás el 7 de octubre de 2023 -durante el festival de música Supernova, al sur del país, cerca de Re’im- con el paso del tiempo y a medida que los desgarradores ataques en Gaza continúan, el estado israelí ha ido develando los espeluznantes resultados de sus investigaciones acerca de los detalles del siniestro ataque.

 

Según Al Jazeera, de las 3.500 personas que asistieron al evento murieron al menos 260 cuando docenas de combatientes pertenecientes a Hamás abrieron fuego contra ellas. Se ha revelado también el uso de violencia sexual como arma de guerra, tanto contra mujeres como contra hombres. Los detalles de dichos ataques son escalofriantes -incluso para alguien que consume terror, gore y crimen real como yo- pero no considero que sea necesario repetirlos. ¿Para qué?

 

En lo que para mí es un claro intento de justificar los que hoy ya son 29.514 muertos y 69.616 heridos en la Franja de Gaza (cifra publicada el 23 de febrero de este año por el periódico Haaretz, de origen israelí y que representa la oposición al primer ministro Benjamín Netanyahu), el estado de Israel continúa revelando -ya de manera repetitiva- lo que sucedió el pasado 7 de octubre. Y no dejo de pensar, OK, ¿pero qué hay de nuevo? ¿Sucedió algo más y peor de lo que ya sabemos? La respuesta es NO. 

 

Sin embargo, tiene sentido que cuanta más información sobre lo sucedido en Israel recibe el público consumidor de redes sociales (inmensamente bruto e ignorante en su mayoría), más odio se destila en estas, lo que ha ido deformando los eventos de tal manera que ya nadie sabe a quién odia ni por qué. 

 

Para el 12 de febrero de 2024 las Naciones Unidas reportaron que de los 28.340 muertos hasta la fecha, el 70% son mujeres y niños, y el Estado de Israel acredita dichas muertes argumentando que Hamás se ha introducido en la sociedad palestina habiéndola permeado completamente de tal manera que no es posible diferenciar terroristas de la población civil.

 

Es más, Mia Schem -una de las mujeres secuestradas durante el festival de música- que fue liberada el pasado 30 de noviembre luego de 54 días de cautiverio, aseguró a The Times of Israel: “Experimenté el infierno. No existe población civil inocente en Gaza”. Schem agregó que estuvo detenida en una casa de familia donde pasó mucha hambre y que los niños de la casa se acercaban a ella con dulces que no compartían para provocarla y dejarla aún más hambrienta.

 

En ese orden de ideas, ¿no tiene sentido que gran parte de la opinión mundial justifique los ataques en la Franja de Gaza? Lo tiene, absolutamente. Y más teniendo en cuenta que -como lo acabo de afirmar- la mayoría de las personas opinando en sus redes sociales son más brutas e ignorantes que una piedra.

 

¿Y qué me importa a mí todo esto? Mi familia paterna siempre supo que éramos de origen judío. Sabíamos que la mamá de mi abuelo alemán -Helmut Mayer Pitsch- era judía y, por lo tanto, él también. Sin embargo, como se casó con Matilde, una uruguaya católica que no se convirtió al judaísmo, sus hijos (mi papá y mis tíos) no lo fueron.

 

De cualquier forma, hubiera sido de esperar que mi abuelo compartiera sus costumbres judío-alemanas, pero jamás lo hizo. Nunca le habló a su familia en alemán, aunque su fuerte acento al hablar en español lo dejara en evidencia. Lo único que se comía en su casa de origen alemán era el mazapán en los huevos de Pascua. Nada más.

 

A Helmut le avergonzaba y llenaba de miedo que se supiera que era judío. En esa época, a Uruguay -al igual que Argentina, Brasil y Paraguay- llegaron a esconderse tanto judíos como Nazis. Hoy creemos que mi abuelo se estaba escondiendo, y el dolor que eso me causa es difícil de describir.

 

Hace pocos años supimos que también el papá de mi abuelo Helmut era judío, algo que -mientras estuvo vivo- él siempre escondió, pareciendo así un 50% menos judío de lo que ya era. Supimos también que -efectivamente- se estaban escondiendo en Uruguay (él y sus papás, pues su hermano -director de orquestas sinfónicas- fue salvado por Hitler y enviado a Viena -Austria- junto con otro montón de músicos clásicos) y que nuestro apellido no es Mayer.

 

Aún no sabemos cuál era el apellido original. Y este hecho se siente pesado. Se siente denso saber que no somos lo que creíamos, y que esto se debe al miedo, al terror. El exterminio sistemático de judíos llevado a cabo por el régimen de la Alemania nazi me congela los huesos y me deja sin palabras. 

 

Mi familia inmediata se salvó, pero todos los demás no. Todos los “Mayer” y los Pitsch fueron exterminados en Auschwitz. Todos. Absolutamente todos. Solo sobrevivieron mi abuelo Helmut, su hermano Thomas, y sus papás. Nadie más. ¡Nadie más! 

 

Desde esta historia de vida podría asumirse que yo también justifico los ataques del Estado de Israel en la Franja de Gaza, pero nada es más alejado de la realidad. Con la inmensa tristeza que me produce el pasado padecido por mi familia del lado paterno, tengo la capacidad de entender que lo que Netanyahu está haciendo en Palestina es un genocidio inexcusable y atroz. No existe otra definición sino esa. GENOCIDIO. 

 

Y es muy importante para mí dejar algo claro: apoyar a la población palestina que está siendo sistemáticamente exterminada por el Estado de Israel no es antisemitismo. No lo es. Estar en contra del genocidio cometido por Netanyahu en la Franja de Gaza es tener la capacidad de observar y analizar con humanidad, con el corazón, con la cabeza… ¡Con el sentido común, joder!

 

Es muy fácil odiar. Es lo más fácil. Es aún más fácil odiar sin argumentos. Mucho más fácil. Hace falta mirar con atención, informarse bien, entender qué es una fuente confiable y qué no, tener empatía y sentido común. Eso es mucho más difícil. Pero es lo que hace falta.

 

Nada, absolutamente nada de lo que sucedió en Israel el pasado 7 de octubre justifica el genocidio que se está llevando a cabo en la Franja de Gaza por parte del estado de Israel comandado por Benjamín Netanyahu. Nada. Nada de nada. Absolutamente nada.